Nunca pude preguntarle si mis fantasías tenían algo de realidad, por dos motivos. El primero es porque si era así, mi pregunta reviviría un dolor muy grande. Y en segundo lugar porque estaba segura que no me iba a responder con la verdad.
Desde que tengo memoria ella estuvo enferma, una enfermedad sin nombre que ataca por dentro y te debilita. Se notaba en su cuerpo, sobre todo en sus brazos y en el pelo. Pero los ojos, ese era un caso aparte. Sus ojos convinaban con sus hitorias, siempre felices, siempre riendo y haciendo reír.
Jamás dijo que la soledad era una buena compañera y a pesar de ello no nos dedicaba, a nosotros las personas, mas de dos horas por visita. "Estoy cansada" decía, y yo núnca le creí.
Podría haberlo hecho, su enfermedad la cansaba y eso era evidente, pero para mi era sólo una excusa. Se que cuando nos ivamos volvía a su mundo. Cerraba la puerta de su departamento y al darse la vuelta el sillón ya no estaba vacío. Un hombre joven y elegante la llamaba sonriente y ella, joven también, corría a sentarse en sus rodillas. Y así se quedaba, en su juventud eterna con su amor eterno.
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Por eso será que no lloré cuando murió. Ya no vamos a ir a mirarla con tristeza, ya no le vamos a recordar la soledad en la que nosotros creímos que vivía. Se que están los dos en su casa,juntos y felices para siempre. No necesita que nadie certifique su presencia, con él le basta y le sobra.
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